La periodista y escritora de Dolores conversó con LA CAPITAL sobre su reciente libro, una crónica del juicio por el crimen de Fernando Báez Sosa. “Los monstruos son tan fruto de nuestra sociedad como las víctimas” es una de las frases incisivas con la que impulsa a hacernos cargo de la violencia que nace de nuestro tejido social.
Por Rocío Ibarlucía
Gabriela Urrutibehety ha dedicado su vida a la escritura tanto desde la ficción -es autora de cuatro novelas, un libro de cuentos y varios ensayos- como desde el periodismo. Hace más de tres décadas trabaja en prensa gráfica, antes en los diarios Compromiso y LA CAPITAL, y actualmente en el sitio Entrelineas.info de Dolores.
A lo largo de su carrera en el campo de la comunicación, tuvo que cubrir varios juicios resonantes que ocurrieron en los tribunales de Dolores, como el caso de Guillermo Coppola y el de José Luis Cabezas. En enero de 2023, en un verano agobiante, golpeado por el fenómeno de La Niña que secó “los campos y las cuentas en dólares del Banco Central” -como describe en la crónica-, Urrutibehety debió trabajar en otro juicio que conmocionó al país, el de Fernando Báez Sosa, que tuvo una dimensión mediática que no recibieron otros casos similares.
¿Qué factores hicieron que la prensa se interesara en este crimen ocurrido en enero de 2020 en Villa Gesell? La autora da varias respuestas en su libro, entre las cuales destaca el antagonismo social de sus personajes: un joven hijo único de una pareja de inmigrantes paraguayos asesinado a golpes a la salida de un boliche, en menos de un minuto y a la vista de centenares de personas, por un grupo de amigos de clase media y rugbiers de Zárate, es decir, por quienes no suelen aparecer en la sección Policiales.
Además, porque el crimen aconteció en pleno enero en la costa atlántica, donde los medios ponen toda su atención, a falta de noticias, y a diferencia de lo que sucede en el resto del año. “Todos sabemos lo que pasa en enero: las noticias van a estar entre San Clemente y Mar del Plata. Es una mirada porteñocéntrica, porque durante el resto del año no interesa. Interesa en verano en tanto la capital se traslada a la costa”, señala la autora en charla con este medio, y advierte el peligro de llenar ese vacío informativo con contenidos que son más parecidos al espectáculo que a la noticia.
Esta reciente experiencia como reportera la llevó a escribir “Monstruos” (Vinilo Editora), una crónica incisiva que parte del caso judicial para abrir preguntas en torno a la justicia, el periodismo, las redes sociales y la noción de verdad. A pesar de tener solo 92 páginas, la autora logra ahondar en la crisis del periodismo tradicional en tiempos dominados por la imagen, la inmediatez y el impacto emocional.
Libro ganador del Mundial de Escritura 2023, elegido entre diez finalistas.
“Hoy descreo de la profesión”, lanza al comienzo de su crónica, ya que que denuncia que los medios, como pudo constatar mientras cubría el juicio por Báez Sosa, están más preocupados por montar un show que por dar lugar a la reflexión.
Con “Monstruos”, libro ganador del Mundial de Escritura 2023, Urrutibehety, además de debatir la espectacularización de la noticia, pone en cuestionamiento la narrativa de la indignación popular de la cual los medios se apropiaron y, en ese sentido, desarma la palabra “monstruos” usada para nombrar a los agresores. ¿Qué implica llamarlos de ese modo y, en definitiva, cuán importante sigue siendo el lenguaje en un mundo regido por la imagen?
“Los monstruos son necesarios para tranquilizar conciencias”.
-Tu crónica cambia el punto de vista dominante sobre el caso Báez Sosa al pensar no solo que Fernando podría haber sido tu hijo, sino que los rugbiers también podrían serlo. ¿Podrías explicar qué implica este cambio de perspectiva?
-Que la construcción del monstruo tranquiliza conciencias. “Los otros hacen cosas monstruosas y, por lo tanto, yo no tengo nada que ver acá”. En este caso, nos enfrentamos con chicos de clase media que no es lo habitual en los pasillos de los tribunales. Estos jóvenes, que tenían la edad de mis hijos, con vidas comunes y corrientes, entre comillas, terminan en la violencia. Yo creo que la violencia está muy distribuida en nuestra sociedad, entonces no nos podemos hacer los desentendidos, no podemos mirar para otro lado y ver que no son cosas tan distintas a lo que todos los días tenemos entre nosotros. Los rugbiers podrían ser mis hijos quiere decir que no son monstruos diferentes, no son un otro tan otro. Podemos encontrar diferencias pero los monstruos son tan fruto de nuestra sociedad como las víctimas.
-¿Cuán responsables somos de la violencia como madres, padres, educadores, periodistas, ciudadanos?
-Claro, no es una cosa tan fuera de nosotros, tan ajena. Pensemos en el caso de la mujer violada por su marido (Dominique Pélicot) y por lo menos otros 50 hombres en Francia, ¿son tan monstruos, son tan distintos? Esos “buenos hombres” del pueblo que participaron de esta cosa tan atroz no son tan otros. Al nombrarlos como monstruos se los deshumaniza. “Hicieron esto porque son diferentes, son otros, yo no tengo nada que ver”. Me parece que la reflexión es dónde empiezan y terminan las diferencias.
-¿Quiénes son los monstruos en definitiva? Porque también podemos ser los ciudadanos filmando un crimen brutal, los periodistas haciendo un show mediático del caso…
-Y el que está pidiendo justicia pero que pide que la justicia sea solo perpetua, ¿quiere justicia? ¿Se puede pedir justicia y ponerle un límite de entrada? ¿Justicia es lo que yo quiero que sea? ¿No es monstruoso eso también?
-Al categorizarlos como monstruos, ¿es otra forma de anular cualquier tipo de posibilidad de razonamiento o de complejización?
-Sí, se termina la reflexión. Hoy no suele valer la complejización de argumentos. Sirve el eslogan, la frase tuitera, el impacto emocional. Y con esto nos quedamos tranquilos, chau, no se piensa más.
-¿Y por qué decís que los monstruos son necesarios en nuestra sociedad?
-Son necesarios para tranquilizar conciencias. Necesitamos armar esta división de los buenos y los malos, nosotros y los otros, los lindos y los feos, la vieja táctica del chivo expiatorio, porque de ese modo todo lo malo está puesto en el otro y así nos quedamos tranquilos. Las cosas nefastas y tremendas que las sociedades encierran en sus senos las terminamos colocando en un afuera, son monstruos, como si no tuviéramos nada que ver. Es una buena forma de barrer la basura debajo de la alfombra.
Gabriela Urrutibehety, además de escritora y periodista, es docente de literatura y formadora de docentes.
El asesinato de Fernando Báez Sosa fue registrado por cientos de cámaras. “Hubo videos no solo de cámaras de seguridad, sino de montones que pasaban y se pusieron a filmar una pelea a muerte. Incluso uno de los agresores filmó la pelea”, cuenta la autora en entrevista con este medio.
El sadismo de los agresores capaces de hasta filmar mientras matan, irse a comer una hamburguesa a McDonald’s después del asesinato, reírse cuando los va a buscar la policía e inculpar en la escena del crimen a otro amigo que estaba a más de 300 kilómetros horroriza a la cronista. Pero también señala como alarmante el comportamiento de centenares de personas filmando la muerte sin comprometerse en ayudar a la víctima.
“Filmarse viviendo, filmarse matando. Se vive para ser filmado. Se muere en vivo” es una de las agudas observaciones de “Monstruos” con las que describe los tiempos actuales, gobernados por “el imperio de la selfie”, los vivos de Instagram, la necesidad de “mostrar mi yo situado” para enrostrar a los demás que “yo estuve ahí”, como advierte en su crónica. Y esta voracidad por filmarlo todo hasta el extremo no ayudó a Fernando, como declaró en la sala de audiencia una joven que intentó revivirlo: “Nadie hacía nada, todos estaban grabando”.
Las imágenes del crimen fueron las pruebas determinantes del juicio pero también alimentaron la cobertura mediática del caso. “La prensa reprodujo los videos ad infinitum -dice la autora-. Todo a la vista, como si fuera un reality show, un loop permanente” durante todo el día, hasta la noche, cuando la gente podía sentarse a ver otro reality, Gran Hermano.
“Los diferentes videos se compaginaron y se armó como una película. Por eso, mucha gente decía ‘¿para qué vamos a hacer el juicio si está todo a la vista?’”. Esta pregunta lleva a Urrutibehety a reflexionar cuánto ha cambiado la opinión pública y la cobertura periodística de los casos policiales desde la aparición de las redes sociales.
“Con las redes, apareció la idea del periodismo de la gente y, por ende, la idea de la no mediación del profesional de la palabra. Cuando todo el mundo puede postear lo que sea, decir lo que sea y comunicar lo que sea, no somos necesarios los periodistas profesionales, porque al final termina en los medios primando la lógica del clic, el impacto de la frase, el uso excesivo del adjetivo”, cuenta en charla con este medio.
Y aclara que no busca caer en una postura nostálgica de “todo tiempo pasado fue mejor. Es una constatación de un desfase de alguien que vivió, creció, se formó en un mundo que de alguna manera era distinto. Es algo que me pasa a mí, pero no soy apocalíptica”.
Urrutibehety pone en diálogo el caso de Fernando Báez Sosa con el del fotoperiodista José Luis Cabezas. Aunque difieren en contexto e impacto político, la autora ve en el crimen de 1997, “el punto más alto de la valoración del trabajo periodístico”. En ese momento, era visto como una labor heroica, comprometida con la búsqueda de la verdad, donde los profesionales llegaban a arriesgar sus vidas para exponer la corrupción y los oscuros entramados del poder.
Hoy el periodismo ha perdido tal credibilidad. Los tiempos en que la gente tomaba como verdad lo que leía en los diarios han terminado, analiza Urrutibehety, quien además lee la cobertura periodística del caso Báez Sosa como la antítesis de esta premisa. El periodismo, en lugar de empeñarse en mostrar lo que el poder quiere ocultar, se contenta con buscar los datos de color y -como dice en su crónica- “competir en cantidad de me gusta con el tierno momento en que rescatan a un gato de un árbol”.
“En estas épocas de posverdades, incluso desde el ámbito del periodismo, es verdad lo que uno quiere que sea”.
-La crónica empieza desde un profundo desencanto y cansancio respecto de la profesión periodística y hasta se expresa una preferencia por la escritura de una novela, ¿qué te ofrece la ficción que no te da el periodismo?
-Son dos discursos que tienen regímenes diferentes con respecto a la verdad. No opuestos, porque creo que ambos iluminan la verdad. El texto periodístico entabla otro pacto y otro modo de encarar la verdad, tiene sus limitaciones. “Monstruos” comienza con una gran desilusión con respecto a lo que se está convirtiendo cierto tipo de periodismo, que es el periodismo televisivo, el periodismo de redes, el periodismo del yo, y es eso con lo que se enfrenta la narradora de la crónica. Siente cansancio del discurso espectacular, de que la verdad realmente valga poco, porque en estas épocas de posverdades, incluso desde el ámbito del periodismo, es verdad lo que uno quiere que sea y eso es lo que vale. También ese es el desencanto.
-Definís el periodismo “como un oficio en vías de extinción”; sin embargo, al mismo tiempo elegís denunciar esto escribiendo una crónica. ¿Creés que este género periodístico tiene la capacidad de resistir la lógica del algoritmo, de la inmediatez, de los clics que domina hoy en los medios?
-Seguramente, no sé si resistir, pero por lo menos se plantea resistir. Es un género más lento, y eso en el periodismo puede ser un pecado mortal, más reflexivo, que apunta a detalles y a miradas que no se ven en el trajín de la nota que hay que escribir ya. Pero también es un género escrito y la escritura requiere otros tiempos, otra reflexión frente al impacto de la imagen, del video, del eslogan o de la frase tuitera. Me parece que en estos momentos el periodismo está perdiendo frente a la lógica del algoritmo y del impacto emocional. La crónica, al ser un género más demorado, propone un aspecto de reflexión y mayor trabajo de cuidado del lenguaje, porque permite trabajar desde otro lugar el lenguaje, con más orfebrería y ahí entra la ficción.
-A pesar de este desencanto, ¿le encontrás igual algún sentido a ejercer periodismo hoy?
-Yo planteo que lo que está en extinción es el periodismo tradicional y veo que lo que se hace es espectáculo. Bueno, yo no creo que el periodismo deba ser espectáculo. Por eso hago periodismo en sentido de la resistencia, de los que podemos seguir pensando en hacer esto, no sé si ganaremos. A veces uno no tiene más remedio que seguir haciendo lo que hace porque es lo que cree.